Por Tamara Hardingham-Gill, CNN
Tras pasar años viajando por el mundo mientras trabajaba en el ejército de Estados Unidos, Christopher Boris soñaba con mudarse algún día permanentemente al extranjero.
Pero este veterano retirado, que creció en Nueva Jersey pero residía entonces en Maryland, acabó marchándose antes de lo previsto tras tener problemas para hacer frente al aumento del costo de vida.
“Ya no podía permitirme pagar la hipoteca y los servicios públicos”, cuenta Boris a CNN Travel.
“La pasé mal. Estaba viviendo de la compensación por discapacidad del Departamento de Asuntos de los Veteranos”, dice Boris, refiriéndose a un beneficio monetario libre de impuestos que se paga a los veteranos con discapacidades. “Y me dije: ‘Creo que mi dinero daría para mucho más viviendo en el extranjero’”.
En el verano de 2024, Boris y su esposa María Jesús, originaria de Bolivia, dejaron Estados Unidos para empezar una nueva vida en Brasil.
“No podía permitirme el sueño americano”, dice.
Según Boris, llevaban al menos cinco años pasando apuros económicos, pero las cosas llegaron a un punto crítico cuando él dejó su trabajo en el gobierno en 2022.
“Fue una decisión que llevó un año tomar”, añade. “Mi esposa y yo siempre hablábamos de mudarnos al extranjero”.
Aunque consideraron la posibilidad de mudarse a Bolivia, la pareja optó finalmente por establecerse en el país vecino, Brasil, un destino en el que ya habían vivido anteriormente entre 2007 y 2008, cuando Boris estaba destinado allí.
“Elegimos Brasil, y Río en concreto, por la mayor calidad de vida”, explica Boris, y añade que sus experiencias con el sistema de atención médica del país habían sido positivas, y sabían que allí podrían vivir cómodamente.
“Teníamos médicos de primera. Todo era de primera… Tienes acceso a muchos servicios de buena calidad. Así que esa era una de las ventajas que teníamos”.
Una vez tomada la difícil decisión de abandonar Maryland, la pareja se dedicó a poner en orden sus asuntos y organizó la venta de su casa de tres dormitorios.
“Decidimos que íbamos a vender nuestra casa tal y como estaba, porque ya no tenía suficiente dinero para repararla”, dice Boris.
La pareja, que tiene tres hijos, llegó a Río de Janeiro en julio de 2024, junto con su hijo menor, Andrew, de 24 años, quien trabaja a distancia.
Se mudaron a un apartamento de un dormitorio en Leblon, un barrio acomodado de Río de Janeiro cerca de Ipanema, y se centraron en integrarse en la comunidad local.
Boris dice que enseguida se sintieron como en casa en la zona, y les encantó lo cerca que parecía estar todo de los peatones.
“No necesitábamos coche, porque podíamos llegar a cualquier sitio en taxi”, dice. “Cosas como ir a hacer las compras, comprar el pan, ir a un restaurante, cortarse el pelo”.
“Todo estaba a mi disposición. Todo a una manzana o dos, o tres como mucho. Así que eso es lo que disfrutábamos”.
Aunque Boris habla español y había aprendido algo de portugués brasileño durante su primera estancia en el país, distaba mucho de hablarlo con fluidez.
Sin embargo, subraya que esto no supuso una gran barrera para él, y pudo hacer amigos con relativa facilidad.
“Parece que hay más comunidad”, dice Boris. “Aunque no tengo parientes aquí… la gente es más amable conmigo”.
Boris continúa explicando que encuentra a los brasileños más relajados y menos centrados en el dinero.
“La gente es un poco más relajada”, dice. “Y no es tan estresante como en Estados Unidos, o como la gente nos percibe, porque todo gira en torno a ganar dinero todo el tiempo.
“Pero aquí no se trata de ganar dinero. Se trata de establecer otros factores, como amistades”.
Boris señala que, aunque su dominio del idioma ha mejorado con el tiempo, sigue teniendo dificultades.
“Es más coloquial”, explica. “Quiero decir, puedo estar allí y alguien está teniendo una conversación, y no puedo entender lo que están diciendo”.
“Pero si me están hablando a mí, lo entiendo. Así que tiene su gracia”.
Boris entró en Brasil con una visa de turista, antes de solicitar una visa de jubilación, que está disponible para los mayores de 60 años que reciben un ingreso de pensión de al menos US$ 2.000 al mes, y permite a los titulares permanecer en el país durante un año.
“El mayor obstáculo fueron las huellas dactilares del FBI”, dice, explicando que tuvo que presentar un historial del FBI como parte del proceso de solicitud de la visa, que puede renovarse por un año más.
“¿Cómo se consiguen las huellas dactilares del FBI aquí en Brasil, si no estás en Estados Unidos y no tienes dónde tomarte las huellas dactilares? Todavía tengo que superar eso para mi próxima ronda”.
Dice que tiene previsto solicitar la residencia brasileña en el próximo año, más o menos.
Como Boris y su esposa, que ahora viven en Ipanema, ya habían vivido brevemente en el país, conocían bien la cultura brasileña y no les costó mucho adaptarse a la vida allí.
Sin embargo, Boris admite que hay un aspecto de la vida en Brasil al que le ha costado acostumbrarse: el código de vestimenta.
“Muestran un poco más el cuerpo”, dice. “Va con la personalidad, pero también con tu apariencia”.
Aunque el estilo de vestir de Boris no ha cambiado demasiado, sí lo ha hecho su calzado, y rara vez va a algún sitio sin sus fieles chanclas de la icónica marca brasileña Havaianas.
“Las llevo constantemente”, dice. “Es mi calzado básico”.
En cuanto a la asequibilidad, Boris dice que él y su esposa pueden tener un nivel de vida mucho mejor en el país y no se estresan tanto por el dinero como lo hacían en Estados Unidos.
“El dólar da para mucho aquí”, dice, reconociendo que el país es más asequible para ellos que para los brasileños. “Vivo muy cómodamente. Solo tengo que vivir con un presupuesto. Tengo que tener cuidado”.
Desde que se mudó a Río de Janeiro, Boris dice que ahorra “unos 1.000 dólares” en pagos del alquiler y gasta muy poco en comida.
“La comida en general es mucho más barata”, dice, y señala que puede conseguir un bocadillo grande y sano y una bebida por unos US$ 2.
“Aquí vamos a comprar comida unas dos o tres veces al mes. Pero en Estados Unidos iba casi todos los días, porque a mi esposa no le gusta congelar la carne. Le gustan las cosas frescas”.
Pero aunque tengan menos presión económica, Boris subraya que siguen teniendo que ser cuidadosos con su dinero y que, sencillamente, no disponen de fondos para llevar un estilo de vida lujoso.
“Ahora vivo con un presupuesto limitado”, dice. “Para no volverme loco como un turista”.
Brasil es reconocido por tener uno de los mayores niveles de desigualdad de ingresos del mundo, y Boris dice ser muy consciente de los problemas del país. Un aviso de viaje del Departamento de Estado de EE.UU. evalúa a Brasil como “Nivel 2: Ejercer mayor precaución”.
“La parte desafortunada de la ciudad es que hay pobreza”, asegura, señalando que a menudo está relacionada con la delincuencia.
El Departamento de Estado de EE.UU. desaconseja “viajar a determinadas zonas, especialmente a lo largo de las fronteras internacionales”, e insta a los visitantes estadounidenses a “ser conscientes del potencial de delincuencia”.
“Hay que tener cuidado”, dice Boris. “Hay ciertos barrios que debes evitar”.
Y agrega que “la ironía de la situación” es que muchos de sus nuevos amigos viven en esas zonas.
“La mayoría de la gente buena que he conocido vive en favelas”, comenta, utilizando la palabra para referirse a los barrios empobrecidos de Brasil. “Son gente muy amable”.
“Pero el problema es que donde viven no es necesariamente lo más seguro, porque hay narcotraficantes que controlan las zonas”.
Aunque Boris dice que en realidad nunca se ha sentido inseguro en el país, reconoce que “cualquier cosa puede pasar en cualquier momento”.
“No quiero parecer demasiado confiado”, dice. “Y no digo que no exista, pero preferimos quedarnos en lugares que sean seguros”.
Reflexionando sobre su vida en Estados Unidos, Boris se da cuenta ahora de que se estaba perdiendo la interacción social.
“En mis últimos 10 años en Estados Unidos, iba al trabajo, trabajaba, volvía a casa y todo el mundo estaba centrado en sí mismo”, dice.
“En mi comunidad de Maryland había fiestas en la calle, pero aún así sigo pensando que no era tan amistoso. No sentía ese ambiente amigable”.
“La gente estaba más tensa, siento que tengo más interacción social aquí que en Estados Unidos”.
Como jubilado, Boris, que se describe a sí mismo como un “búho nocturno”, tiene mucho tiempo libre y suele pasar las tardes con sus amigos, incluido su barbero, así como con los vecinos que trabajan cerca de su edificio en Ipanema.
“Nos lo pasamos muy bien escuchando música y hablando de cosas normales”, dice, y añade que sus nuevos amigos le han puesto el apodo de “chimenea”.
“Fumo un poco”, admite.
Boris ha desarrollado una afición por el fútbol brasileño durante su estancia en el país y le encanta ver jugar a su equipo favorito, el Flamengo.
“Hasta ahora solo he ido a un partido del Flamengo y me encantó verlos jugar en el (estadio) Maracaná”, dice. “Pero pienso ir a más en un futuro cercano”.
Tras menos de un año en Río de Janeiro, Boris ya no se imagina viviendo en otro sitio.
“Me gusta la arquitectura”, dice. “Me gusta la playa. Me gusta la configuración de la ciudad y su belleza natural.
“Tienes la estatua de Cristo. El gran lago y el océano. Y los clubes de samba. Así que disfruto con eso”.
Aunque vive a poca distancia de al menos dos playas mundialmente famosas, Ipanema y Copacabana, Boris afirma que con el tiempo esto ha dejado de ser una novedad y ya no siente la necesidad de ir todos los días.
“Algunos días no voy”, dice. “Puede que haya tres o cuatro días que no vaya a la playa, aunque esté a dos manzanas”.
Aunque Boris vuelve a EE.UU. una vez al año para visitar a familiares y amigos, no se ve regresando nunca de forma permanente, y siente que no sería capaz de “vivir el nivel de vida americano”.
“Me siento cómodo sin tener que sentir ni lidiar ya con las cargas financieras que tenía en EE.UU.”, comenta.
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