Análisis de Aaron Blake, CNN
Han pasado 10 años desde que Donald Trump bajó por esa escalera dorada y lanzó su campaña presidencial de 2016. Muchos –me incluyo– lo descartaron al principio como una novedad pasajera.
Poco sabíamos entonces que este hombre no solo llegaría a ser presidente de Estados Unidos (dos veces), sino que cambiaría por completo el guion político del país. Pase lo que pase de aquí en adelante, Trump ha cambiado el rumbo de nuestra política de varias maneras.
¿Cuáles son las más importantes? Aquí tienes 10 que destacan.
El Partido Republicano es muy diferente al que era hace una década, cuando Trump anunció sus aspiraciones presidenciales. Esto es lo que ha cambiado:
Ha pasado de ser un partido más intervencionista a uno más aislacionista, especialmente respecto a Rusia y Ucrania. El porcentaje de republicanos que opinan que es mejor “mantenerse al margen de los asuntos mundiales” subió del 30 % en 2015 al 53 % en 2023, según una encuesta del Chicago Council en Global Affairs. Ha dejado de lado ideales elevados como la democracia y la moralidad, en favor de una política más maquiavélica. Ha abrazado la impugnación infundada de resultados electorales y ha dejado de penalizar las faltas morales de sus candidatos y altos funcionarios (como Trump) y las violaciones de derechos humanos de países extranjeros (como Rusia y Arabia Saudita). Antes se definía como el partido del libre comercio y “sin nuevos impuestos”, pero ahora impulsa una guerra comercial proteccionista, que en la práctica implica grandes aumentos de impuestos a productos elegidos solo por Trump.Todo esto es decididamente anti-Reagan.
A estas alturas, las falsedades de Trump ya ni siquiera son noticia. Y es porque, estrictamente hablando, no son nuevas. Durante su primer mandato, emitió más de 30.000 afirmaciones falsas o engañosas, según The Washington Post. Eso es casi una por hora durante cuatro años. Y no ha parado.
Muchos se escandalizaron cuando la asesora Kellyanne Conway habló de “hechos alternativos” tres días después de asumir el cargo, pero eso se ha vuelto la norma para Trump y sus aliados.
Más significativo que la disposición de Trump a mentir es que gran parte del país ha decidido que esto no es un problema. Ya sea porque le creen o porque piensan que no importa (o que es estratégico), casi la mitad del país ha decidido que no es grave que el presidente no se base en la verdad.
Trump lanzó su carrera política nacional con la teoría conspirativa de que Barack Obama no había nacido en Estados Unidos. Y ha habido muchas más teorías desde entonces.
En 2019 conté 23 teorías conspirativas promovidas por Trump. Y eso fue mucho antes de la mayor: la falsa afirmación del robo electoral que impulsó el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021.
Pero más allá de la disposición de Trump a difundir estas ideas, está la disposición de su partido a creerlas. Se ha vuelto común que Trump diga algo y que, poco a poco, se convierta en dogma para muchos en el Partido Republicano: la “elección robada” de 2020, la “gran teoría del reemplazo”, afirmaciones sobre el “estado profundo” y, el año pasado, la idea de que inmigrantes haitianos comían mascotas en Ohio.
Las teorías conspirativas no son nuevas en la política, y no solo los republicanos creen en ellas; parte de esto se debe al declive de los medios tradicionales y el auge de las redes sociales, donde proliferan afirmaciones no verificadas.
Pero Trump, más que nadie, ha sabido usar estas teorías para fortalecer su base de seguidores.
Ya sea por casualidad, errores propios o la capacidad de Trump para eclipsarlos, la era Trump ha dejado un vacío notable en el liderazgo demócrata.
El partido, en dos campañas presidenciales consecutivas, ha designado a políticos que no eran figuras imponentes. (Joe Biden ganó en 2020, pero en gran parte por los problemas de Trump). Su liderazgo envejecido en el Congreso ha tenido dificultades para adaptarse al nuevo paradigma. Los demócratas han perdido apoyo entre latinos y hombres negros (al menos por ahora). Y la imagen del partido es tan mala como en décadas anteriores, si no es que peor.
Nada de esto significa que los demócratas no puedan recuperarse en 2026. Ser el partido de oposición suele significar ganar terreno en las elecciones de medio término.
Pero rara vez se ha visto un partido tan falto de identidad y de un plan claro. Trump ha demostrado ser un rival desconcertante, y el Partido Demócrata como institución claramente está desconcertado.
En los últimos 15 años se ha hablado mucho del “bloqueo” en el Congreso. Pero la era Trump no solo trata de bloqueo, sino de marginar al Congreso por completo.
Cada vez más, el Congreso ni siquiera lo intenta, tanto porque no quiere como porque Trump no quiere.
A principios de este siglo, esto se manifestó en que el Congreso cedió al presidente poderes de guerra que la Constitución le otorgaba, porque los miembros no querían votar sobre el uso de la fuerza.
Hoy, el Congreso controlado por los republicanos ha permitido que Trump asuma poderes sobre aranceles y el presupuesto. La administración ha intentado cancelar gastos aprobados por el Congreso, y este hace poco por recuperar esos poderes.
La actitud parece ser: es más fácil dejar que el presidente lo haga, si es posible. Los legisladores republicanos pueden discrepar con Trump en temas como aranceles o la guerra en Ucrania, pero a menudo no ejercen el poder que la Constitución les otorga, por miedo a sus ataques o a perder en las primarias.
El resultado: Trump firmó solo cinco leyes en sus primeros 100 días, un mínimo histórico. Mientras tanto, batió el récord de decretos, superando incluso a Franklin D. Roosevelt en sus primeros 100 días.
Una de las grandes preguntas es cuánto más autoritario podría volverse el Gobierno bajo Trump. Ha coqueteado con esto durante años, y aunque se discuta si la palabra es adecuada, muchas de sus acciones buscan consolidar el poder.
Y mientras todo esto ocurre, su base se ha mostrado cada vez más receptiva.
Las encuestas muestran que los republicanos han perdido interés en los contrapesos y favorecen un poder centralizado en la presidencia, o más bien, en Trump.
Una encuesta de este año mostró que el 76 % de los republicanos cree que Trump debería seguir deportando personas aunque los tribunales se lo prohíban. Otra, el año pasado, mostró que solo el 26 % de los republicanos veía bien que un presidente gobernara “sin preocuparse por el Congreso o los tribunales”, pero ese número subía al 57% si el presidente era Trump.
Los republicanos en el Congreso también han allanado el camino. Muchos han dicho que deben hacer lo que Trump quiera y han criticado al poder judicial cuando se interpone, incluso cuando las acciones de Trump desafían abiertamente la ley.
Trump ha convertido a su partido en uno definido por la lealtad a él, en gran parte enfrentándolo a otras instituciones importantes. Se ha presentado como la única respuesta válida, porque, según él, nadie más es confiable.
Los republicanos siempre han sido escépticos del gran gobierno y especialmente de los medios, pero esto se ha intensificado.
Encuestas de Gallup muestran que menos de 1 de cada 5 republicanos confía en el Congreso, los medios, las escuelas públicas, el sistema judicial y las grandes empresas. Su nivel de confianza en la mayoría de las instituciones es mucho menor que el de los demócratas.
Trump, el primer presidente condenado por delitos graves, también ha devaluado y politizado el sistema judicial. Lo ha hecho atacando a los tribunales, pero también premiando a aliados (como los indultos del 6 de enero) y usando el poder de investigación para atacar a sus oponentes.
Últimamente, Trump ha enfocado su poder en atacar instituciones que no le gustan, como bufetes de abogados, universidades y medios, de formas abiertamente políticas.
En los últimos años ha habido numerosos ejemplos de violencia política, como el intento de magnicidio que casi mata a Trump hace un año y los tiroteos contra dos legisladores de Minnesota este junio.
Y en repetidas ocasiones, Trump ha jugado con la posibilidad de violencia política.
Independientemente de su responsabilidad, está claro que su ascenso ha creado un ambiente explosivo en la política.
Varios republicanos que han desafiado a Trump han dicho que parte de la razón por la que sus colegas se mantienen en línea es por miedo, no solo a represalias políticas, sino por su propia seguridad. Tras el 6 de enero, mencioné varios ejemplos. Y ha habido más desde entonces.
Y también ha aumentado la tolerancia a la violencia. Encuestas tras el 6 de enero, pero antes de los intentos de magnicidio contra Trump, sugerían que los estadounidenses veían cada vez más justificable la violencia política. Los republicanos eran más propensos a decir esto.
Aunque el giro de latinos y hombres negros hacia Trump fue la gran historia demográfica de 2024, quizás el cambio más significativo y duradero de la era Trump es la educación.
En pocas palabras: los demócratas se han convertido en el partido de los educados, mientras que los republicanos son el partido de la clase trabajadora.
Cuando Trump lanzó su campaña en 2016, las encuestas de Gallup mostraban que todos los niveles educativos, salvo los de posgrado, estaban bastante divididos entre demócratas y republicanos. Ahora, quienes no tienen título universitario se inclinan claramente por los republicanos, mientras que los universitarios lo hacen por los demócratas.
La brecha entre votantes sin y con estudios universitarios ha pasado de casi nula a unos 20 puntos. Es aún mayor entre los de posgrado.
Cuando Trump apareció en 2015, el Partido Republicano estaba en una situación inusual. Aunque llevaba años criticando la inmigración ilegal, tras la decepcionante elección de 2012 –especialmente con los latinos–, había decidido que era necesario un cambio de tono. Quizás recuerdes la “autopsia”.
Trump casi de inmediato desechó esa autopsia, haciendo afirmaciones hiperbólicas sobre los migrantes como “violadores” y criminales. Y más que ningún otro tema, la mano dura migratoria está ahora en el centro de la política.
Recientemente, esto ha significado algunos de los números más bajos de cruces fronterizos del siglo XXI, un gran triunfo político para Trump y un argumento a favor de que todo lo que se necesitaba era un presidente con voluntad.
Pero el debate migratorio es aún más grande. Es la base de las luchas de poder en Washington, con Trump usando lo que cree que es el deseo de deportaciones de los estadounidenses para poner a prueba los límites de su poder, tanto con los tribunales como con la opinión pública.
Hasta ahora, los tribunales lo han bloqueado repetidamente, y a los estadounidenses no les gusta todo lo que hace. Si se le permite avanzar, eso determinará en gran medida cuán poderoso puede llegar a ser.
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Las 10 formas más importantes en que Trump ha cambiado la política de EE.UU., 10 años después del anuncio de su candidatura News Channel 3-12.
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