La destreza de Trump como negociador se enfrenta a la realidad global ...Middle East

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Análisis por Stephen Collinson, CNN

“The Art of the Deal” comienza con un agotador relato en primera persona de una semana en la vida de Donald Trump, el tiburón inmobiliario. Nunca está quieto, siempre al teléfono y cerrando un trato tras otro con sus amigos de los grandes negocios.

El presidente esperaba que los 100 primeros días de su segundo mandato desencadenasen un torrente de acuerdos similar al descrito en el texto seminal del trumpismo.

Pero Trump ha suavizado su tono en su guerra comercial con China; ha parpadeado sobre los aranceles recíprocos a docenas de otras naciones; y está perdiendo rápidamente la paciencia con la guerra de Ucrania, que había predicho que terminaría en 24 horas. Los acuerdos resultan más difíciles de alcanzar cuando lo que está en juego no son rascacielos y casinos, sino economías enteras, la credibilidad de poderosos líderes extranjeros y la soberanía nacional.

La creencia de Trump de que cada cuestión política es una situación de ganar o perder ha dominado su regreso a la Casa Blanca, y ha llevado a algunos éxitos nominales.

Ha descubierto, por ejemplo, cómo utilizar su considerable autoridad ejecutiva como palanca contra un adversario. Amenazando con recortar las autorizaciones de seguridad, consiguió concesiones de algunos de los principales bufetes de abogados. Al blandir miles de millones de dólares en fondos públicos, ejerció su poder sobre varias de las principales universidades. Todo esto es ética y constitucionalmente cuestionable. Pero se trata de apuntarse “victorias”.

Los colegas empresarios de Trump entienden el juego. El presidente ofreció una exención de los aranceles chinos del 145 % a los iPhones tras una llamada al estilo de “Art of the Deal” con el CEO de Apple, Tim Cook.

Pero el presidente también está descubriendo que la geopolítica y las negociaciones comerciales globales tienen poco en común con la venta de un piso.

Hasta ahora, el sinfín de asombrosos acuerdos comerciales pronosticados por el equipo del presidente tras la pausa de 90 días en la aplicación de numerosos aranceles no se ha materializado.

China se ha resistido a ser intimidada.

Y a pesar de la creciente furia del presidente Donald Trump, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, se ha negado hasta ahora a aceptar las onerosas condiciones de Estados Unidos para poner fin a la guerra iniciada por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, que no ha recibido tal presión.

Si Trump se saca de la manga un acuerdo de paz justo en Ucrania, podría salvar decenas de miles de vidas y poner fin a tres años de crueles matanzas. Si logra reequilibrar el comercio de Estados Unidos con China, contribuirá en cierta medida a reparar las injusticias económicas en las regiones industrializadas destripadas por la globalización.

Ninguna de estas iniciativas está cerrada. Pero todas ponen a prueba la mitología central de Trump como negociador, que es crucial para su atractivo político.

A principios de este año caricaturizó su propio enfoque llevado a sus extremos lógicos y crueles cuando sugirió trasladar a toda la población de Gaza de más de 2 millones de personas fuera del territorio devastado por la guerra de Israel contra Hamas. Prometió que esta hazaña de limpieza étnica permitiría a Estados Unidos construir la “Riviera de Medio Oriente” sin pensar en la dignidad y la soberanía de los palestinos.

No es sorprendente que sus esperanzas de forjar la paz en Medio Oriente se hayan estancado.

El presidente de China, Xi Jinping, no hace diplomacia por teléfono.

La preferencia de Beijing por las conversaciones formales y minuciosas a bajo nivel entre funcionarios antes de que se reúnan los presidentes significa que el enfoque de Trump a su guerra comercial con China era cuestionable desde el principio, al igual que la idea de que Xi se doblegaría tras la humillación de enfrentarse a los aranceles del 145 % que Trump impuso a los productos chinos. Al fin y al cabo, su proyecto político nacionalista se basa en rehacer un mundo que considera injustamente moldeado por el poder estadounidense.

Casi todos los presidentes estadounidenses de los últimos 20 años se han sentido frustrados por la negativa de China a abrir sus mercados a los productos estadounidenses, entre otras cuestiones, como el robo de la propiedad intelectual china. Intimidar a Beijing podría haber funcionado hace 25 años. Pero China es ahora una superpotencia. Puede perjudicar a Estados Unidos tanto como Estados Unidos puede perjudicar a China.

“Creo que los chinos se van a sentir reivindicados”, dijo Richard Haass, presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores, a Kasie Hunt de CNN. “Nosotros impusimos aranceles a China y China respondió con sus propios aranceles. Parece que Estados Unidos está dando marcha atrás. Desde el punto de vista de China, así es como esperaban que fuera”.

La negativa de Beijing a pestañear era previsible, aunque la Casa Blanca, que parece carecer de experiencia sobre China, pareció sorprendida.

“Si lo que de verdad quiere Estados Unidos es una solución negociada, debería dejar de amenazar y chantajear a China y buscar un diálogo basado en la igualdad, el respeto y el beneficio mutuo”, declaró este miércoles el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, Guo Jiakun. “Seguir pidiendo un acuerdo mientras se ejerce una presión extrema no es la forma correcta de tratar con China y simplemente no funcionará”.

Las declaraciones de Trump el martes y este miércoles de que los aranceles no se acercarían al 145 % y que no jugaría “duro” con Xi fueron un claro cambio de énfasis respecto a una Casa Blanca que había estado exigiendo una llamada del líder chino. Se produce en medio de una creciente presión política en Estados Unidos, sobre todo por el hundimiento de los mercados bursátiles desestabilizados por las políticas arancelarias de Trump, que han aplastado los planes de pensiones 401(k) de muchos estadounidenses. Las elecciones de mitad de mandato del próximo año ya están asustando a los legisladores del Partido Republicano. Trump acaba de reunirse con varios CEO que han advertido de crisis en la cadena de suministro y escasez si los aranceles a China siguen siendo elevados. Y una nueva encuesta de Pew Research reveló este miércoles que el índice de aprobación del presidente se ha desplomado hasta el 40 %, 7 puntos porcentuales menos que a principios de febrero.

Es posible que China haya aprendido del episodio anterior de la guerra arancelaria de Trump, que estuvo marcado por una rebaja anterior. A principios de este mes, el presidente suspendió los aranceles recíprocos a decenas de países solo unas horas después de que entraran en vigor. Admitió que había estado observando la alarmante evolución del mercado de bonos, ya que la reputación de Estados Unidos como refugio seguro de inversión se vio sometida a una fuerte presión.

La Casa Blanca salvó las apariencias en aquella ocasión argumentando que decenas de países estaban haciendo cola con atractivos acuerdos comerciales para presentárselos al presidente. Pero hasta ahora no se ha llegado a ningún acuerdo definitivo. Los verdaderos acuerdos comerciales suelen tardar años en negociarse, ya que exigen que los políticos de todas las partes hagan dolorosas concesiones políticas sobre cuestiones que a menudo afectan a poderosos grupos de interés. Estados Unidos, por ejemplo, insiste en que Europa abra sus mercados a la carne estadounidense procedente de ganado criado con hormonas, una concesión que los líderes de la UE tendrían dificultades para imponer a sus votantes.

A pesar de la evidencia de la mano dura de China, Trump todavía parece convencido de que lo que él llama su “gran relación” con Xi desbloqueará un acuerdo rápidamente. “Todo está activo. Todo el mundo quiere formar parte de lo que estamos haciendo”, dijo a los periodistas este miércoles. Horas más tarde, sin embargo, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, al que se atribuye la autoría intelectual de la marcha atrás de Trump sobre los aranceles, estableció un calendario menos optimista para un cambio significativo en el comercio con China. Habló de un “plazo de dos a tres años para el reequilibrio total” de la relación, en un escenario que requeriría la cooperación de Beijing.

La Casa Blanca insiste en que la política de Trump ya está funcionando. Publica regularmente listas de las inversiones que llegan a Estados Unidos. Es cierto que algunas naciones están utilizando esas entradas para impresionar al presidente. Pero esto también podría indicar que creen que pueden comprarle con titulares llamativos sin alterar fundamentalmente el carácter de su relación comercial plena.

Aun así, muchos partidarios de Trump siguen creyendo en sus poderes místicos para negociar. “Trump es un negociador increíblemente estratégico. Es el mejor que hay”, dijo el exasesor de Trump Stephen Moore a Brianna Keilar de CNN. “Finalmente … ellos (China) vendrán a la mesa de negociaciones y Estados Unidos saldrá adelante en esta negociación porque la situación está muy desnivelada en este momento”.

Los intentos de Trump de imponer su visión y voluntad sobre Ucrania significan que sus esfuerzos por forjar un acuerdo de paz han sido tan infructuosos como sus guerras comerciales. Al igual que con China, algunos de sus planteamientos parecen no apreciar las fuerzas políticas que actúan sobre los líderes extranjeros.

El presidente, por ejemplo, expresó este miércoles su frustración con Zelensky por su negativa a firmar un acuerdo redactado por Estados Unidos que parece fijar muchos de los objetivos de Rusia al tiempo que compromete la soberanía de Ucrania.

“La situación para Ucrania es nefasta. Puede tener paz o, puede luchar durante otros tres años antes de perder todo el país”, escribió Trump en Truth Social. “Estamos muy cerca de un acuerdo, pero el hombre sin ‘cartas que jugar’ debe ahora, finalmente, HACERLO”.

La secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, dijo que la “paciencia del presidente se está agotando”. Y añadió: “Necesita que esto llegue a su fin”.

Trump está enfadado por la oposición de Zelensky al reconocimiento propuesto por Estados Unidos de la soberanía rusa sobre Crimea, una región anexionada ilegalmente por Putin en 2014.

Yuriy Boyechko, CEO de Hope for Ukraine, una organización sin fines de lucro, explicó que tal movimiento sería políticamente imposible para Zelensky. “La única forma en que se puede hacer es a través de un cambio de (la) Constitución ucraniana, y para conseguirlo, los referendos tienen que tener lugar; el Parlamento ucraniano tiene que aprobar esta enmienda a la Constitución; y el más alto tribunal (de Ucrania) tiene que rectificar esto antes de que Crimea pueda ser reconocida como territorio ruso”.

Boyechko añadió: “Entregar el territorio ucraniano a los ocupantes rusos nunca será ratificado por el Parlamento ucraniano y el pueblo ucraniano nunca votará por ello”.

El planteamiento estadounidense llega después de semanas en las que Trump ha intensificado repetidamente la presión sobre Ucrania al tiempo que acercaba sus planes a los objetivos de Rusia, un proceso acelerado por las frecuentes visitas del enviado estadounidense Steve Witkoff a Putin. La administración también está tratando de negociar un acuerdo para explotar los recursos minerales de tierras raras de Ucrania, que los críticos han comparado con la colonización económica de una nación vulnerable.

Aunque Trump está enfadado con Ucrania, está convencido de que Putin está dispuesto a llegar a un acuerdo, a pesar de la falta de pruebas de que comprometería alguno de sus objetivos para acabar destruyendo la independencia ucraniana.

“Creo que Rusia está preparada. Creo que tenemos un trato con Rusia”, dijo Trump este miércoles en el Despacho Oval, empatizando una vez más con el agresor y no con la víctima del conflicto.

Al comienzo de “The Art of the Deal”, Trump escribió que mientras otras personas pintan maravillosamente o escriben poesía maravillosa, “los tratos son mi forma de arte”.

El mundo se pregunta si ha perdido su toque.

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